RECTORES AUTORITARIOS
La rectora derrotada
La rigidez de Azucena Castillo llevó al suicidio a Sergio Urrego.
Ella se quedó sin colegio, enterró su profesión y podría pagar hasta 10
años de cárcel
A
medida que el rezo del rosario avanzaba, los cachorros, metidos en una
perrera en el amplio jardín del Gimnasio Castillo del Norte,
intensificaban los aullidos. Atormentada al ver que el diálogo matutino
que establecía cada mañana con Dios no lo podía hacer en paz, la rectora
Azucena Castillo ordenó al cuidador del colegio que matara a los cuatro
perritos. Desde ese día se pudo iniciar la jornada laboral en
serenidad.
De igual manera que pudo controlar los perros aniquilándolos, lo
hacia con los alumnos en el colegio que había fundado con su esposo
Alfredo hace 25 años. Con su mano de hierro logró contener el escándalo
público del primer suicidio, el de César Valbuena en el 2011, un
taciturno estudiante de noveno grado que no resistió sus presiones. El
argumento que el muchacho dio en su carta de despedida fue estar
hastiado del continuo matoneo al que era sometido por parte de alumnos y
profesores. Allí, en ese mismo salón, César tenía un compañero que a
diferencia suya era alegre y bochinchero, pero además, tenía dos
defectos insoportables para la rectora: ser rebelde y peleador du sus
derechos. Se llamaba Sergio Urrego.
Cada vez que los directivos lo convocaban a asistir a la misa
semanal, él, renuente, les respondía a sus profesores que aprendía más
quedándose en el salón de clase en compañía de los terroríficos cuentos
de Edgar Allan Poe. Pero igual lo obligaban a ir a la iglesia y llegado
el momento de la comunión Sergio apretaba la boca y les recordaba que
él, desde los doce años, era ateo y anarquista.
Lo anarco se notó la mañana en que convenció a sus compañeros de
clase en hacer un paro en protesta por la ausencia durante tres meses
del profesor de matemáticas. Con la amenaza de una expulsión inmediata,
Azucena aplacó al rebelde. Y no lo olvidó.
Le faltaban seis meses para concluir el bachillerato y todo parecía
normal en la vida del rebelde del colegio. Pero los choques con la
rectora no tardaron en aparecer. Sergio quería comprar por su cuenta el
saco que vestiría el dia de la graduación pero Azucena se le atravesó y
le impuso el que ofrecía el colegio. Después vino el lío gordo, el que
desembocaría en un trágico final.
Un dia en ausencia de uno de los profesores los muchachos se tomaron
el aula de clase para hacer guerra de bolitas de papel y escribir
tonterías en el tablero. Los estudiantes se relajaron y fye entonces
cuando una de las niñas forzó a Sergio revelar su secreto. Lo retó a
dejarse tomar una foto con quien ella sabía era el amor escondido: un
compañero del salón. La pareja aceptó besarse y su imagen terminó en el
teléfono de la muchacha.
El relajo llamó la atención de uno de los profesores que irrumpió en
el salón y rapó el celular. Con la expresión de “pervertidos” quedaron
delatados sus prejuicios. Sin pensarlo éste tomó la ruta de la
rectoría. La reacción de Azucena además de verbal – necrófilo,
sadomasoquista y degenerado-, corrió a demandar a Sergio Urrego en la
Fiscalía por acoso sexual a un compañero. Le había llegado el momento de
la venganza contra el muchachito complicado que desde pequeño la
exasperaba, asi fuera siempre el mejor de la clase. Fue más lejos. Acusó
a Alba Reyes, la mamá del muchacho, de abandono de hogar por sus
permanentes viajes de trabajo, especialmente a Cali. Instó a los
profesores, bajo amenaza, a hacer públicas sus quejas de indisciplina
continuada en el observador del alumno.
Sensible como un artista, Sergio empezó a padecer de insoportables
migrañas a medida que el cerco de la rectora se cernía sobre él. Ya ni
las canciones de los Beatles, ni los cuentos de Andrés Caicedo, ni ver
por enésima vez Tango feroz lo calmaban. Vomitaba quince veces
por día e intentó rasgarse las muñecas con una cuchilla de afeitar.
Quería callar las voces que lo juzgaban, sentar un precedente que
hiciera de este país un lugar más justo para todos aquellos que
quisieran vivir su sexualidad como les diera la gana. Entonces, en el
atardecer de ese 4 de agosto de 2014, mientras su mamá pensaba darle una
sorpresa con un arribo inesperado , Sergio se lanzó desde la plazoleta
de comidas del centro comercial Titán Plaza. La noticia sorpendió a
Alba bajándose del avión en El Dorado.
En la mañana del 5 de agosto los alumnos del Gimnasio Castillo del
Norte dicen haber visto a la rectora con cara de satisfacción. Incluso
alguno se aventuró a decir que Azucena haberla oído murmurar “gracias a
Dios se murió Sergio”. No asistió al entierro y sancionó a quienes se
atrevieran a asistir. La dimensión de la tragedia y de sus errores solo
la dimensionó cuando los medios de comunicación empezaron a llegar al
colegio . Intentó justificarse culpando a Alba Reyes, la mamá de Sergio
por sus frecuentes ausencias.
Nadie le creyó. Y menos la Fiscalía que ordenó la detención de
Azucena acusada del delito de discriminación, restricción de derechos a
la educación, al libre desarrollo de la personalidad y a la intimidad.
Ordenó el cierre del colegio Gimnasio Castillo del Norte con lo cual
quedó enterrada la vida profesional de la rectora quien en su casa por
cárcel espera con una condena entre cuatro y diez años.
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